La siguiente anécdota la recuerdo haber escuchado de mi abuela Carmen (Q.E.P.D.). Ignoro si ella presenció de cerca los hechos que se contaban o simplemente fue una historia que a ella también le contaron siendo niña.
Pues bien, en la época de la infancia de mi abuela (los años 30, más o menos) esta región del estado aun era mayormente rural. La población vivía en pequeñas rancherías, ejidos o simples caseríos. Había poco acceso a la medicina moderna e imperaban muchas supersticiones. Las vías de comunicación eran escasas. Casi todo el transporte era a caballo, aunque los vehículos de motor iban generalizándose cada vez más, y había poca vigilancia policial, por lo que los ladrones hacían de las suyas.
Resulta que en una de las rancherías de la región la gente estaba con los nervios de punta. Diariamente, tras la puesta de sol, las familias se resguardaban en sus hogares, temerosas, porque en la calle principal de la ranchería y en varias casas se escuchaban los lamentos de la Llorona, fenómeno que se prolongaba hasta muy entrada la noche. Algunos que se atrevían a mirar por entre las rendijas de las ventanas habían podido ver una figura deambulando en la oscuridad, lo que contribuía a reforzar la idea de las apariciones del espectro. Esta situación se estuvo repitiendo durante varios días y tenía a los pobladores prácticamente en shock.
Por aquellos días llegó a esa ranchería un señor de una ranchería vecina a visitar parentela. Este fulano era un escéptico de fantasmas, brujas, apariciones y cosas sobrenaturales. Así que se propuso demostrar la falsedad de las apariciones. Esa misma tarde, se apostó él solo en una mecedora en el pórtico de la casa de sus parientes, la cual daba a la calle principal (eso sí, con su carabina bien cargada junto a él) y esperó pacientemente a que oscureciera. Llegaron las primeras horas de la noche y todo estaba oscuro y en completo silencio. El fulano permaneció impasible, asomándose de vez en cuando a la calle y parando oreja para tratar de escuchar algo. Nada.
Pasó una hora, dos...ya el sueño lo estaba venciendo cuando escuchó a lo lejos el distintivo y lastimero "¡Ay, mis hijos!" proveniente del monte que circundaba la ranchería. El lamento comenzó a escucharse más cercano, a través de la calle principal. El fulano tomó su carabina, no sin cierto nerviosismo y apuntó, aunque no sabía bien a qué. Por la intensidad del lamento, podía darse cuenta qué tan lejos estaba el espectro...100 metros, 50 metros, 20...15...10....sudando frío, el tipo sintió casi junto a él la presencia de la aparición. Cuando volvió a escuchar el "¡Ay, mis hijos!" se armó de valor y gritó a voz en cuello:
¡QUÉ LLORONA NI QUE LA CH&$&%&sa P*TA MADRE QUE LA PARIÓ!
Al tiempo que realizaba varios disparos al aire y oía el sonido de alguien huyendo a toda prisa. Unos días después, la policía rural informaba de la captura de una banda de ladrones de los cuales uno hacía el papel de la Llorona para que la gente no saliera de sus casas y sus cómplices pudiesen entrar a robar pavos, gallinas, maíz o lo que se les atravesara. El caso es que nunca más hubo apariciones y la gente vivió un poco más tranquila.
La Llorona ahora sí tuvo motivos para lamentarse.