La luna brillaba a plenitud en esa fría madrugada sobre los picos más altos de la sierra. Su luz azulosa se reflejaba en la escarcha formada sobre los troncos de los encinos y en las pencas de los agaves, matizándolo todo con un aura fantasmagórica. Una lechuza ululaba, atentos sus oídos ante el más leve sonido que indicara la presencia de una presa. Su silueta durante el vuelo silencioso era la única señal de vida a esa hora. Un gordo ratón imprudente vino a calmar su creciente apetito.
Acurrucado en una madriguera abandonada, Gris trataba de conciliar el sueño. El intenso frío se lo impedía. También la herida latente en su anca derecha, producto de su última pelea con una bandada de coyotes por los restos putrefactos de un borrego cimarrón. Hecho ovillo, con el morro acomodado en la cola, el vaho de su propia respiración le proporcionaba algo de calor. Su estómago gruñía. Hacía semanas que no probaba un buen bocado. La poca carne que le quedaba al borrego estaba en una condición tal que no tardó en vomitarla después de haberla comido. Sentía poca energía. Dos días antes los perros del ranchero lo habían correteado durante varias millas cuando quiso hacerse de uno de los becerros del rebaño, y tuvo suerte de que el ranchero no lo matara a tiros porque éste tenía mala puntería y porque, además, un oso negro se apareció de la nada, distrayéndolo de su labor de caza. Jadeante, fatigado y lleno de espinas había vagado de aquí para allá, sin ver nunca a uno de los suyos, por territorios desconocidos,. Territorios que fueron alguna vez propiedad de otras manadas.
Manada…cuán extraña y distante le parecía ahora esa palabra. Poco quedaba en él que hiciese pensar que en algún tiempo perteneció y lideró una de las manadas mejor organizadas y más poderosas de la comarca. Juntos vivieron tiempos de bonanza, juntos fueron los lobos más respetados en millas a la redonda. Vinieron, sin embargo, tiempos difíciles. El conflicto constante entre la vida silvestre y los intereses humanos comenzó a cobrar sus víctimas. Uno a uno sus congéneres fueron cayendo. Abatidos a tiros, envenenados como ratas, capturados en humillantes trampas. Se puso precio a su cabeza, la guerra fue sin cuartel y no conoció límites en cuanto a crueldad y devastación. Tenidos por sabandijas, temidos como alimañas, en ningún lado estuvo segura su existencia, excepto en los picos más elevados de las montañas y en los valles remotos perdidos en lo profundo del bosque. Cada día se hicieron menos frecuentes los aullidos al atardecer. Los pocos que se escuchaban, más que saludos o mensajes de regocijo, eran profundos lamentos por lo que fue y ya no habría de ser. Gris vio irse a sus padres, sus hermanos, su loba y su última camada de lobeznos. Uno a uno, sin posibilidad de hacer algo por solucionar la situación. De manera instantánea o en medio de una terrible agonía. La única opción era huir con los pocos que le quedaban. La tristeza dio paso a la más honda desesperación.
Todo esto recordaba Gris esa fría madrugada. Muchos pensamientos se agolpaban en su mente. Hambre, frío, cansancio, odio a los humanos, miedo, espinas clavadas, heridas abiertas, pulgas, frío intenso, tengo que comer, malditos humanos, me comeré a sus perros, muerte, mi manada, sangre por doquier, más frío, que ya amanezca, carne podrida, heridas latentes, coyotes infames, fui líder, soy nada, hambre, hambre, HAMBRE, venganza, miedo….SOLO….ESTOY SOLO…SOY EL ULTIMO….y al llegarle estos pensamientos sintió una oleada creciente que venía desde su interior. Una sensación imposible de describir, un sentimiento…furia contenida como un enorme nudo en las entrañas y que pugnaba por salir, apretando su esófago y haciéndolo temblar aun más que el frío. Un repentino e irresistible impulso le hizo ponerse de pie, y cerrando los ojos y levantando el hocico rompió el silencio de esa madrugada con un lastimero aullido. La lechuza sobre el encino giró su cabeza ante este súbito sonido espectral, cargado de melancolía, de soledad, de desamparo. Gris prorrumpió en nuevos aullidos, ahora más fuertes y prolongados. Poco le importó que con ello delatara su paradero a los rancheros y cazadores. Por cada nota in crescendo, las paredes de granito de las montañas le respondían de manera amplificada, rebotando su eco en todas direcciones, dando la impresión de que se hallaba rodeado de más lobos, como en los viejos tiempos. Gris se sintió acompañado, se le figuró escuchar el tono grave de su padre en su propio eco. Las notas agudas de su pareja, los chillidos y ladridos de sus cachorros. Y su aullido tomó un cariz diferente. De esperanza, de que tal vez muy pronto se reuniría con ellos en quién sabe qué ignoto lugar. Su canto fue descendiendo en intensidad. Las últimas reverberaciones del eco resonaron en los cañones y picos de la sierra. Y todo volvió a ser silencio.
Gris permanecía de pie. Su anca derecha, temblorosa. El dolor, punzante. Sobre el horizonte, una tenue luz se asomó. Primero en tonos rosas, que se convirtieron en amarillos y naranjas, para dar paso a un resplandeciente rojo. Había amanecido. El silencio, sin embargo, continuaba. Gris estaba a punto de echar a andar cuando un sonido lo detuvo en seco. Paró las orejas, atento a la naturaleza y dirección del sonido. No, no era el rugido del puma, ni los alaridos de los coyotes, ni el ronco sonido del oso. Era…sí, un aullido de lobo!!! Lejano y apenas audible. Pero esperanzador….
Acurrucado en una madriguera abandonada, Gris trataba de conciliar el sueño. El intenso frío se lo impedía. También la herida latente en su anca derecha, producto de su última pelea con una bandada de coyotes por los restos putrefactos de un borrego cimarrón. Hecho ovillo, con el morro acomodado en la cola, el vaho de su propia respiración le proporcionaba algo de calor. Su estómago gruñía. Hacía semanas que no probaba un buen bocado. La poca carne que le quedaba al borrego estaba en una condición tal que no tardó en vomitarla después de haberla comido. Sentía poca energía. Dos días antes los perros del ranchero lo habían correteado durante varias millas cuando quiso hacerse de uno de los becerros del rebaño, y tuvo suerte de que el ranchero no lo matara a tiros porque éste tenía mala puntería y porque, además, un oso negro se apareció de la nada, distrayéndolo de su labor de caza. Jadeante, fatigado y lleno de espinas había vagado de aquí para allá, sin ver nunca a uno de los suyos, por territorios desconocidos,. Territorios que fueron alguna vez propiedad de otras manadas.
Manada…cuán extraña y distante le parecía ahora esa palabra. Poco quedaba en él que hiciese pensar que en algún tiempo perteneció y lideró una de las manadas mejor organizadas y más poderosas de la comarca. Juntos vivieron tiempos de bonanza, juntos fueron los lobos más respetados en millas a la redonda. Vinieron, sin embargo, tiempos difíciles. El conflicto constante entre la vida silvestre y los intereses humanos comenzó a cobrar sus víctimas. Uno a uno sus congéneres fueron cayendo. Abatidos a tiros, envenenados como ratas, capturados en humillantes trampas. Se puso precio a su cabeza, la guerra fue sin cuartel y no conoció límites en cuanto a crueldad y devastación. Tenidos por sabandijas, temidos como alimañas, en ningún lado estuvo segura su existencia, excepto en los picos más elevados de las montañas y en los valles remotos perdidos en lo profundo del bosque. Cada día se hicieron menos frecuentes los aullidos al atardecer. Los pocos que se escuchaban, más que saludos o mensajes de regocijo, eran profundos lamentos por lo que fue y ya no habría de ser. Gris vio irse a sus padres, sus hermanos, su loba y su última camada de lobeznos. Uno a uno, sin posibilidad de hacer algo por solucionar la situación. De manera instantánea o en medio de una terrible agonía. La única opción era huir con los pocos que le quedaban. La tristeza dio paso a la más honda desesperación.
Todo esto recordaba Gris esa fría madrugada. Muchos pensamientos se agolpaban en su mente. Hambre, frío, cansancio, odio a los humanos, miedo, espinas clavadas, heridas abiertas, pulgas, frío intenso, tengo que comer, malditos humanos, me comeré a sus perros, muerte, mi manada, sangre por doquier, más frío, que ya amanezca, carne podrida, heridas latentes, coyotes infames, fui líder, soy nada, hambre, hambre, HAMBRE, venganza, miedo….SOLO….ESTOY SOLO…SOY EL ULTIMO….y al llegarle estos pensamientos sintió una oleada creciente que venía desde su interior. Una sensación imposible de describir, un sentimiento…furia contenida como un enorme nudo en las entrañas y que pugnaba por salir, apretando su esófago y haciéndolo temblar aun más que el frío. Un repentino e irresistible impulso le hizo ponerse de pie, y cerrando los ojos y levantando el hocico rompió el silencio de esa madrugada con un lastimero aullido. La lechuza sobre el encino giró su cabeza ante este súbito sonido espectral, cargado de melancolía, de soledad, de desamparo. Gris prorrumpió en nuevos aullidos, ahora más fuertes y prolongados. Poco le importó que con ello delatara su paradero a los rancheros y cazadores. Por cada nota in crescendo, las paredes de granito de las montañas le respondían de manera amplificada, rebotando su eco en todas direcciones, dando la impresión de que se hallaba rodeado de más lobos, como en los viejos tiempos. Gris se sintió acompañado, se le figuró escuchar el tono grave de su padre en su propio eco. Las notas agudas de su pareja, los chillidos y ladridos de sus cachorros. Y su aullido tomó un cariz diferente. De esperanza, de que tal vez muy pronto se reuniría con ellos en quién sabe qué ignoto lugar. Su canto fue descendiendo en intensidad. Las últimas reverberaciones del eco resonaron en los cañones y picos de la sierra. Y todo volvió a ser silencio.
Gris permanecía de pie. Su anca derecha, temblorosa. El dolor, punzante. Sobre el horizonte, una tenue luz se asomó. Primero en tonos rosas, que se convirtieron en amarillos y naranjas, para dar paso a un resplandeciente rojo. Había amanecido. El silencio, sin embargo, continuaba. Gris estaba a punto de echar a andar cuando un sonido lo detuvo en seco. Paró las orejas, atento a la naturaleza y dirección del sonido. No, no era el rugido del puma, ni los alaridos de los coyotes, ni el ronco sonido del oso. Era…sí, un aullido de lobo!!! Lejano y apenas audible. Pero esperanzador….
6 comentarios:
porkee!!! porke lo dejas tan abiertoo!! te odio caray
putts por cierto no escuches tango mientras leas estetipo de entradas :s no es un buen bso ja
Que buen relato, me mandas el link cuando tengas otro porfassssss, ya estoy a la espera del proximo.
Saludos.
Att. Alex
Estimado Noe:la entrada de tu relato me hizo recordar tantas noches en el campo y te lo agradezco, si eres el lobo solitario claro que hay alguien por ahi, dos tres detalles en la redacción pero muy bueno, saludos Martín Jardín Botánico df.
Javier:
Gracias, qué bueno que te interesó!!!
Carlos:
Entendida tu recomendación anti-tango. Entiendo el "te odio" como un incipiente "guey, no mames, te amo por lo que me provocas" jajaja (sensishito el mushasho!!) Gracias porque tus comentarios, de manera abyecta,me hacen ver que te gusta lo que escribo. Y el sentimiento es recíproco =P
Alexito:
Sale y vale. Espero tmbn el lonk a tu blog. Estoy seguro que serà genial.Un abrazote!!!
Martín!!!
Gusto de verte por acá. Gusto de traerte recuerdos del campo, que siempre son gratos, claro que sí. Y bienvenido a este espacio todas las veces que quieras. Respecto a los motivos del cuento, fijate que me movio más el hecho de hacer algo sobre el lobo mexicano, aunque claro, al escribir uno siempre pone de su cosecha :P Y como todo, es perfectible, así que a mejorar la redacción. Gracias!!!!
wow wow amigo no sabia que escribia saludos de su amigo josue desde baja california
Josué:
Qué gusto me da verte aquí, amigo!!! Espero que sea la primera de muchas veces más =). Un saludo afectuoso!!!
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