martes, 23 de marzo de 2010

Hace 150 millones de años....

Hambriento, el cazador merodea cerca de la costa. La luz del sol filtrándose a través del agua del océano se refleja en su lomo como una intrincada red de fibras blanquecinas que ondean con cada movimiento de su voluminoso cuerpo. Su sombra se proyecta sobre el fondo de corales y esponjas que marcan el límite de la zona pelágica. Han pasado varios días y la búsqueda de presas ha resultado infructuosa. Sumamente irritado, se aleja de la línea costera para internarse en mar abierto. Su cabeza asoma ligeramente sobre la superficie del agua. Toma una profunda bocanada de aire y se sumerge. Tal vez encuentre un calamar gigante, de los que habitan en profundidades mayores. Conforme se va sumergiendo, la visibilidad se reduce. Eso no es un obstáculo. Su olfato ultra sensible puede captar partículas odoríferas de las especies que se encuentren merodeando a su alrededor, incluso las no tan próximas. Hace un vigoroso movimiento de sus aletas anteriores, en tanto que pliega las posteriores para cobrar velocidad en su descenso. Su enorme cabeza se mueve constantemente de lado a lado, tratando de captar hasta la más sutil señal que indique la presencia de potencial alimento. Sus ojos, imposibilitados para ver, se hallan cubiertos por una membrana traslúcida que los protege de cualquier elemento irritante. La búsqueda, sin embargo, continúa sin rendir frutos.
Una leve señal y el instinto de matar se acrecienta. La señal viene de arriba, de la superficie. Detiene su descenso, curvando su cuerpo hacia abajo y quedando momentáneamente en suspensión. Su hocico escudriña, tratando de determinar de dónde viene exactamente esa señal. Ya la ubicó: kilómetro y medio más adelante, cerca de los arrecifes. Emprende el camino hacia la presa. Con cautela, sabe que un movimiento apresurado puede hacer que ésta huya y se refugie en un sitio inaccesible para él. Aprovecha el juego de luces y sombras que provoca la luz solar conforme se va aproximando a la superficie para desdibujar su silueta y que la presa no se dé cuenta de su presencia. Ésta posee un cuerpo compacto, que flota plácidamente en la superficie en tanto digiere los peces capturados hace unos instantes. Sus aletas son cortas, pero efectivas para desplazarse rápidamente. Su cuello largo le ayuda a coger alimento que se encuentre relativamente alejado. No se halla desprotegida. Posee filosos dientes que pueden asestar mordidas considerables. Su vista y su olfato están sumamente desarrollados. Sin embargo, no es rival para el arsenal del cazador.
Pese a su cautela, el depredador es detectado. Cuello Largo hace un repentino movimiento de aletas y comienza a alejarse a su mayor velocidad posible. Sin embargo, en estas situaciones el cuello largo es desventaja, porque aumenta la resistencia del agua a su desplazamiento. Al cazador le basta un nuevo aleteo para acelerar. Cuello Largo se desplaza raudo, "volando" como los pingüinos bajo el agua, tratando de alcanzar la zona de arrecifes, donde puede encontrar refugio. Si pudiese mirar de reojo se daría cuenta que el cazador está cada vez más próximo, e incluso vería con claridad las hileras de enormes dientes que asoman de sus mandíbulas. El cazador abre las fauces, dispuesto a dar una dentellada certera. Cuello Largo, con un movimiento de la cola, cambia súbitamente de dirección, librando la mordedura. Las quijadas se cierran con tremenda fuerza, produciendo remolinos de espuma y burbujas. La persecución continúa. Hacia arriba, hacia abajo. Sobre la superficie pueden verse ocasionalmente las aletas o los lomos de ambos animales zigzagueando, describiendo curvas, trazando hilos en el agua a una velocidad inusitada para seres de tal corpulencia. Pese a su relativa agilidad, Cuello Largo no consigue llegar a los arrecifes, el cazador le corta todas las vías posibles. Un enfrentamiento sería desigual. Haciendo uso de sus últimos recursos, Cuello Largo se impulsa nuevamente y nada lo más rápido posible. Ha logrado ponerse fuera del alcance del cazador. O éste se cansó de perseguirlo. Ya más tranquilo, gira su cabeza en todas direcciones para cerciorarse de que no ande aun merodeando. Nada. Calma absoluta.
Una fuerza brutal hace elevar a Cuello Largo y casi volar por los aires. Un par de fuertes mandíbulas se cierran en torno a él, dientes como sables atraviesan piel, músculo y huesos a la par que vigorosas sacudidas del cazador le rompen las vértebras cervicales. Cuello Largo no se percató que el cazador acostumbra atacar también desde abajo, donde la mayor parte de las presas no tienen campo visual. Fue tal el impulso del cazador que éste también sobresale del agua, vertical. La imagen del monstruo cobrando su víctima que se retuerce moribunda entre sus fauces parece detenerse un instante dentro del incesante avanzar del reloj geológico. Bramidos profundos, de victoria por parte de uno y de agonía por parte de otro, acompañan al sonido de las olas rompiendo contra la línea costera. El cazador vuelve a sumergirse, llevando el cuerpo inerte de su presa. Líneas de sangre van marcando su trayectoria. De Cuello Largo sólo quedarán despojos, arrastrados por las olas hasta la arena de la playa.

3 comentarios:

Un chico de Lima dijo...

super interesante!

AlexCerati dijo...

Se me hace que no hace mucho que viste "Los Monstruos del mar", ¿o no?
Muy chido el post...

Noé dijo...

Javier:
Gracias nuevamente =) Saludos!!!

Alex:
Fíjate que no he visto ese documental, creo que lo estuvieron exhibiendo en el Planetario Alfa de Mty. hace un tiempo. En realidad, me vino la idea a partir de una visita al Museo del Desierto, en Saltillo. Ahí tienen los restos del Monstruo de Aramberri, que era un carnívoro de la especie aquí descrita. En fin, gracias por visitar y comentar. Saludos cordiales!!!