lunes, 21 de febrero de 2011

Un simple encuentro.

Ahí estaban los dos. Frente a frente. Paralizados los músculos. De sorpresa uno, de cautela el otro. Sólo unos cuantos metros los separaban y hacían la diferencia. Antonio había estado dando golpes incesantes con el machete en la vegetación, con tal de abrirse paso. Tenía que recolectar más hojas de palmilla si quería que valiera la pena tanto esfuerzo de estar días enteros metido en el monte junto con su hermano y su primo. Ya había reunido una buena cantidad, misma que se disponía a enrollar para llevarla al sitio que tenían como campamento.
Un ruido de movimiento en la vegetación y el crujir de ramas a su espalda lo hicieron ponerse alerta. Cogió el machete. Era pequeño, pero algo de filo tenía, así que por lo menos daría pelea. Volteó en todas direcciones. Nada. Con los nervios crispados, dejó de hacer lo que estaba haciendo. Un sudor frío le recorría la espalda. La respiración agitada. Siempre fue muy miedoso. Desde pequeño le asustaban hasta los ladridos de los perros en la noche y los alaridos de los gatos en celo en el tejado de su vecina. Pero lo que oía ahora era diferente. Una especie de ruido sordo. Un ronroneo...pero muy grave.
Sonido de ramas quebrándose. A su izquierda. Y pudo ver de qué se trataba. Un enorme jaguar. Había escuchado repetidas veces a su abuelo y a los viejos del pueblo sobre sus encuentros con el "tigre", pero esta era la primera vez que lo tenía de frente. A tan pocos metros. Y sin opción para escapar.
Con la mano temblorosa, sujetó el machete, mientras lo blandía de un lado para otro en actitud amenazadora. No serviría de mucho. Era muy pequeño. El jaguar sólo miraba fijamente. Puesta su mirada férrea en él Agachó las orejas y descubrió sus formidables colmillos. La cola balanceando de un lado a otro. Los músculos en tensión, como dispuesto a saltar. Comenzó a moverse. Antonio se paralizó de terror. El jaguar avanzó un par de pasos. El corazón de Antonio latía apresuradamente. El animal dio entonces un enorme salto. Antonio contuvo la respiración, esperando sentir en un instante el peso del animal sobre él, mientras le sujetara el cuello para rematarlo. No sucedió eso. En su lugar, el jaguar aterrizó sobre una saliente rocosa, mientras se volvía de nueva cuenta hacia él y emitía un feroz rugido...
Suaves maullidos provenientes de una oquedad en la roca le hicieron ver que el motivo por el cual el jaguar estaba allí era para proteger a su prole. Con el cuerpo aun temblando de susto, pero aliviado a su vez de que no pasó lo que temía, Antonio tomó el fajo de hojas de palmilla apresuradamente, para después alejarse cautelosamente del sitio, volteando a ver de vez en cuando. Al hacerlo la última vez, el jaguar y sus cachorros desaparecían entre el monte.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

esta historia me recordó un libro, tal vez todavia lo encuentres en la capilla alfonsina, se llama JAGUAR, de George Dahl, siguele con tus posts, saludos

Noé dijo...

Gracias por el dato =) Saludos!!!