¿Escuchas? ¿Sientes ese rumor en el ambiente? No, no es el viento entre los árboles, es algo diferente. Pon atención y sabrás diferenciar. ¡Escucha!, es sonido de pies al marchar. Es sonido de los escudos de madera adornados con plumas chocando contra las espadas con filo de obsidiana. Es sonido de las lanzas de mil capitanes de guerra que vuelven de la campaña, victoriosos. ¡Son los Diez Mil los que vuelven!
¡Pronto! Llenen de flores traídas del monte las calzadas y el amplio sacbé. Que salgan los grupos de danzantes a recibir a los guerreros. Que las nobles doncellas se atavíen con el más fino algodón y pongan en sus cuerpos los más caros perfumes, las joyas de oro más relucientes, el jade más precioso para reconfortar el corazón de sus amados. Que los sacerdotes toquen las caracolas sagradas a todo pulmón y su eco resuene por entre la selva. Que se enciendan hogueras en lo alto de nuestros templos y su resplandor sea visible desde muy lejos. Y los reinos vecinos se den cuenta que hoy será día de fiesta en nuestra ciudad. Que los dioses se complazcan y se regocijen junto con su pueblo. Que los corazones de los miles de cautivos alimenten a nuestro sol y éste se vea siempre propicio ante nosotros, sus fieles. Que las lluvias sean abundantes. Que las tiernas mazorcas de maíz broten en nuestros campos y alimenten al pueblo. Que no nos falte el venado y el faisán, la tierna carne del pavo que habita en los montes. Que la abundancia se manifieste en nuestro pueblo y en las comarcas vecinas.
Que la gente no deje de reír. Porque este día, yo, la reina de esta ciudad, saldré a recibir a mi rey que vuelve, imponente, invicto, de la guerra. Traigan las sandalias con hilos de plata para calzar sus pies. La corona de oro y turquesas. Los mantos más finos, con las plumas más coloridas. Preparen el banquete más espléndido. Que este día es día de celebración….
¡¡Desdichada de nuestra reina!! Desde aquella noticia, ha perdido por completo la razón. Nuestra blanca flor que antes adornaba el palacio imperial con su belleza se ha convertido en una ermitaña que se refugia entre los aposentos. El cabello en desorden, la mirada vaga, el habla inconexa. No ha querido darse cuenta de que nuestra ciudad ha caído en desgracia. Que la selva ha ido invadiendo de a poco los caminos, las chozas del pueblo, los blancos templos de nuestros dioses. Que el propio palacio se cae en pedazos. Que la peste diezmó a nuestro pueblo, que las cosechas cesaron. Que extraños enemigos de fuera han venido y han arrebatado a esta tierra la vitalidad que antes la distinguía. ¡Pobre de nuestra reina! Triste, como cervatillo que ha perdido a su madre, vaga por entre las habitaciones, persiguiendo esa voz que la llama y que ella nunca puede alcanzar. Su rey se fue para siempre. Y eso es algo que ella no ha querido aceptar. Pero aquí estamos nosotros, sus fieles sirvientes, para velar por ella. Sin embargo, ya ella no es de este mundo. Que los dioses se apiaden de su alma y la lleven pronto al descanso junto a su amado rey.
5 comentarios:
me inspiras...así de sencillo
Gracias, Toño. Un enorme abrazo =D
qué maravilla poder leer con emoción esos pasos que, en cierta manera, podrían incluirnos, a nosotros también
abrazo
Hola Fritzio!!
Aun mejor es leer tu comentario =D Me da gusto verte de nuevo en mi espacio. Un fuerte abrazo rompe-vértebras =P
Bien rotas que quedaron: Gracias
Tus andanzas son placenteras enseñanzas y gustosas invitaciones a mirar lo que pisamos, lo que vivimos, lo que sentimos
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