martes, 27 de abril de 2010

Via Appia

-Sereno, el director toma su lugar frente a la orquesta. Con el vaivén acompasado de sus manos va marcando la pauta del ritmo y la melodía. El piano inicia con un sonido grave, muy grave, casi en el límite de la audición. Un monótono y opresivo boom-boom-boom-boom. El timbal pronto se une a este compás, seguido del clarinete bajo. Siempre en el límite de lo audible. Suave. Como el sonido de una muchedumbre en la lejanía.... -Un aire de incertidumbre se cierne ese día sobre la ciudad imperial. Muchos meses han pasado desde que las legiones partieron hacia el Ponto Euxinus y las noticias que se han recibido han sido pocas y contradictorias. En todos los hogares, desde el palacio real hasta las chozas de artesanos y obreros, hay mujeres esperanzadas en el pronto regreso de un padre, un hermano, un esposo o un hijo. Mientras los niños juegan en las plazas, el viento hace mecer suavemente los pinos de la Vía Appia. El ritmo de la vida fluye, a paso lento, pero continuo. Mercaderes de diversos puntos del imperio ofertan sus productos. Frutas, flores, joyas, incienso, perfumería, bestias exóticas....esclavos.
Desde lo alto del Janiculum, viendo hacia Brindisi, se puede observar una nube de polvo. Pequeña en un principio, pero con el transcurrir del tiempo va creciendo. Un ligero estremecimiento, un ruido sordo comienza a escucharse en las afueras de la ciudad. Pasos. Pasos al unísono. De una enorme compañía que se aproxima....
-Tras los primeros movimientos orquestales, un clarinete empieza a marcar lo que será la melodía base en el resto de la sinfonía. No de súbito, sólo unas cuantas notas. En tanto que, paulatinamente, la sección de vientos se va incorporando a la marcha marcada por las percusiones. Siempre en un tono suave, como presagiando lo grandioso que puede ser lo que viene...

-Corren rumores por toda la ciudad. La ansiedad aumenta. Mujeres, ancianos y niños se vuelcan a las calles, expectantes. El sonido de la muchedumbre se acrecenta. No sólo de sus pisadas. Fuertes sonidos metálicos, como de armaduras y lanzas. Jinetes a caballo. Carros de combate. El reflejo de la luz del sol sobre miles de cascos y escudos incide sobre las colinas y es visible desde varios kilómetros a la redonda....
-Un oboe solitario, melancólico, resuena. Como un profundo lamento o un suspiro nostálgico por lo que se ha perdido. Calla de súbito. Un par de trompas retoma la melodía propuesta antes por el clarinete. Esta vez en tono más audible, en constante escalada, aunque contenidas por sus sordinas. El boom-boom del timbal y el tono grave del piano continúan como la base de todo ese collage de sonidos que poco a poco va tomando forma.
-Muchas preguntas se forman en las mentes de quienes han salido a las calles a esperar a la multitud que se aproxima. Mujeres que se asoman inquietas a las ventanas y balcones. Inquietud que radica en la incertidumbre del regreso de ese a quien tanto esperan. Los niños han cesado de jugar. La emoción los embarga. Hasta pareciera que las mismas aves han enmudecido ante el clima de tensión que se vive. A lo lejos se escucha el resonar de trompetas, gritos y barullo. Podrían ser de una multitud derrotada. O de victoria.


-A la sección de vientos, se unen las cuerdas. Punteadas primero, luego con el arco. Los contrabajistas parecieran querer destrozar las cuerdas con semejante ímpetu. La sección de vientos completa responde a la dirección del maestro. Trombones, trompetas y trompas repiten al unísono y cada vez más fuerte la melodía. Los violines contribuyen con sus armonías a dar el toque necesario para que la obra adquiera dimensiones estratosféricas.
-De los pueblos al paso de las legiones se han unido ya muchos habitantes. Algunos para verlos pasar. Otros para recibirlos. Panderos, danzas y cantos parecen indicar que el regreso de los legionarios trae consigo cosas muy buenas.

-¡Y ocurre! A la orden del director, toda la orquesta estalla en clímax. Cada sección independiente de la otra, pero todas juntas para crear de esa mezcla de sonidos una composición armoniosa que hace retumbar las paredes de la sala de conciertos por su cantidad de decibeles. El rostro del director, adusto y severo, refleja sin embargo la emoción que le embarga con cada nota in crescendo. El golpe del címbalo da pauta a una nota sobrecogedora, por parte de los músicos de los bombardinos. A todo pulmón, despertando tal vez a más de uno que ya dormitaba en la sala.

-Las trompetas vuelven a sonar. Ahora en la entrada de la ciudad. La multitud estalla en júbilo. Y brotan de todas partes flores, listones, guirnaldas, para celebrar el regreso del ejército. Al frente de las tropas, el mismísimo emperador. En un carruaje incrustado de marfil y pedrería, tirado por caballos blancos y vistiendo el manto púrpura que lo distingue. El semblante altivo bajo la corona de laureles. A sus pies, las coronas de los tantos reyes vencidos en esa campaña. Tras él, sus generales, y todo el cuerpo de la caballería. La euforia del pueblo no conoce límites. Las madres, las esposas, los hijos, todos se arremolinan para verles pasar y reconocer entre ellos a quienes tanto han esperado. Alguna, con satisfacción, calman sus temores. Otras permanecen en la duda y otras tantas pierden sus esperanzas. El llanto y el júbilo se combinan en ese momento. Es turno de la infantería pesada y sus centuriones, marchando en estricto orden. Después la infantería ligera, cargada con el botín de guerra. Desde tesoros hasta personas....Todos desfilando a lo largo de la Vía Appia. Hasta llegar a las puertas mismas del Capitolio y el templo de Júpiter, a quien dedican esa victoria militar. Familias enteras se reencuentran. Y la emoción embarga a más de uno de aquellos soldados.

-La emoción permea en ese lugar con cada nota. Los violines, frenéticos. Las trompetas, trombones y el resto de la sección de vientos, incontenibles. Las percusiones constantes. Hasta el propio director se estremece ante la intensidad que ha alcanzado la sinfonía. Ante cada movimiento de sus manos, la orquesta responde maravillosamente. Los decibeles saturan el aire. Estalla el címbalo, más notas fortísimas de los bombardinos. Y a la orden del maestro, los músicos culminan con un final apoteósico e inigualable. El público se entrega en aplausos. La orquesta se pone de pie y agradece. Y el director sonríe satisfecho. Sabe que se ha anotado una victoria más. La última de su carrera.

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