martes, 24 de julio de 2012

La loquita.

Ahí estaba. Sentada en una de las mesas de la biblioteca. Era la primera vez que la veía, a pesar de ir con frecuencia a ese recinto. No recordaba haberla visto antes, pero llamó mi atención.  Su aspecto era desaliñado, aunque nada habría podido hacer pensar en el hecho de que padecía de sus facultades mentales. Estaba absorta en su labor, eso sí, muy emocionada a juzgar por su semblante. Con hábiles movimientos enhebraba una aguja e iba ensartando cuentas de colores una por una hasta formar un collar de bisutería que, una vez terminado, levantaba orgullosa para mirarlo a contraluz y después probar cómo se vería en su cuello. De su bolso sacaba rollos de alambre, tijeras, más cuentas de colores, bolsas de plástico y un sinfín de chucherías que colocaba sobre la mesa con cierta parsimonia, pese a su evidente emoción. Miraba una y otra vez sus creaciones puestas sobre la mesa, murmuraba cosas inaudibles mientras sonreía y se daba a la tarea de seguir ensartando cuentas de plástico en el hilo de la aguja. Ahora bien se hacía un anillo con un alambre en forma de O rodeado de, adivinaron, cuentas de colores. O sacaba semillas de alguna fruta (aun con restos de pulpa) y las prensaba entre dos piezas de plástico transparente, pasando sus manos sobre ellas una y otra vez. Hacía esto con un esmero y una devoción que ya muchos quisiéramos tener. Nuevamente sonreía al ver terminada alguna de sus creaciones y verla puesta sobre la mesa. No creo que se haya dado cuenta de que yo había interrumpido mi lectura y la observaba con detenimiento, intrigado y a la vez maravillado por su dedicación. Fue entonces cuando sacó de su bolso un enorme corazón hecho de alambre entretejido en 3D. Estaba inconcluso. Lo tomó en sus manos, lo miró detenidamente, como analizando de qué lado continuaría formándolo sin echarlo a perder. Se puso a trabajar en ello, aunque al parecer se cansó de esa labor, pese a haberle hecho un buen avance. Al igual que con las piezas anteriores, lo levantó orgullosa, mientras le colocaba un pedazo de hilo a manera de collar y se lo colocaba en el pecho para ver cómo le lucía. Acto seguido, sacó una libreta vieja, una pluma y una calculadora (quién sabe cómo la consiguió). Durante varios minutos, sólo se oía el constante beep beep de su calculadora digital mientras ella realizaba quién sabe qué clase de cuentas, hacía anotaciones, murmuraba para sí, se contaba los dedos y sonreía otra vez.  Imaginándose tal vez cuánto ganaría si vendía todo lo que había hecho. Al final, loca de atar no creo que haya estado, pero ya no pude quedarme más tiempo para averiguarlo. Tuve que retirarme de la biblioteca porque se me hacía tarde para una cita. Tomé mi mochila y me dirigí a la puerta. La loquita enhebraba otra aguja. Y fue la última vez que la vi. 

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