martes, 2 de febrero de 2010

26-04-37

Densas columnas de humo negro se elevaban por sobre las ruinas de la vieja ciudad. Enormes flamas brotaban de las ventanas y techos de las casas que aun quedaron en pie. El olor a carne quemada impregnaba el aire de la tarde. Un caballo enloquecido corría a todo galope por entre las calles. Su crin en llamas ondeando al viento ofrecía un espectáculo siniestro. No se sabía exactamente cuántas víctimas habían resultado del ataque. Se hablaba de cientos, miles tal vez. Por el momento, no era tanto la cantidad lo que importaba. Era primordial, más bien, rescatar a quienes aun estaban con vida.
Caminando tambaleante por la calle principal de la ciudad, Iñaki trataba aun de asimilar lo que había sucedido. Desde hace días se hablaba de un posible ataque de las tropas insurrectas. Muchas poblaciones vecinas ya habían sido atacadas previamente. Sin embargo, nadie esperaba que ese lunes, día de mercado, tuviera un final tan funesto. A eso de las 4:30 de la tarde se escuchó un retumbar en el cielo. Más de 60 aviones, entre bombarderos y cazas, aparecieron de súbito. Mucha gente quedó estupefacta. Las pocas vendedoras de fruta que había en la plaza, los transeúntes que a esa hora se apresuraban a volver a sus casas, los niños que jugaban en descampado. Un ligero estremecimiento los sacudió a todos. Previendo lo peor, comenzaron a correr para guarecerse. Se contaba con refugios. Sin embargo, la población no tenía una alarma que diera aviso de un ataque aéreo. Los que corrían oyeron a sus espaldas un zumbido, más bien un silbido prolongado. Luego se oyeron muchos más. Y ocurrió. El primer estallido y la casa de la familia Goicoerretxea, conocidos comerciantes de la ciudad, voló por los aires. A la par, cientos de bombas adicionales hacían blanco en las casas y edificios de diferentes barrios. Un Heinkel pasó en vuelo rasante sobre una de las avenidas, ametrallando a la multitud aterrorizada que huía buscando refugio. Varios aviones más hacían lo mismo, incluso en las fincas ubicadas en las afueras.
Iñaki se encontraba en la plaza del mercado al momento que inició el ataque. Vio cómo las bombas incendiarias arrasaban con los puestos y los viejos edificios que se ubicaban alrededor. Vio la gente que corría para que, en un instante, un estallido los desmenuzara y arrojara partes humanas en todas direcciones. Vio caer a muchos de ellos, víctimas de las balas. La gritería de la multitud se mezclaba con los alaridos de terror de los animales y el ruido incesante de los estallidos y las bombas que seguían cayendo sobre la ciudad, formando una cacofonía que habría de acompañarle en sus recuerdos por el resto de sus días. Iñaki corría, sin saber a bien hacia dónde. Su único pensamiento era salvar la vida. Una bomba incendiaria alcanzó otro blanco, del lado derecho de la calle donde se encontraba. Por todos lados veía escombros, incendios, personas arrastrándose lastimeramente por haber perdido una o ambas piernas. Al doblar en una esquina el estallido de una bomba a sus espaldas le cimbró hasta los huesos. Sintió que los oídos le reventaban. La onda expansiva lo arrojó varios metros en el aire, azotándolo contra un automóvil estacionado. Perdió noción de todo cuanto ocurría a su alrededor.
Cuando recobró el conocimiento, ya estaba oscureciendo. Aturdido, trató de incorporarse y el enorme dolor que sintió en las costillas se lo impidió un momento. Haciendo un esfuerzo, se tomó del poste de un farol que aun quedaba en pie y se levantó. Miró a su alrededor. Aunque veía la catástrofe que se había producido, no podía escuchar más que un incesante zumbido dentro de su cabeza. El denso humo y el polvo de los escombros dificultaban la visión más allá de unos metros. Aunque sordo, sentía las vibraciones de los ocasionales estallidos que aun a esa hora se seguían produciendo en puntos aislados. Levantó la vista. Aun podían verse aviones pasando de un lado a otro, disparando de cuando en cuando. Comenzó a caminar. "¿Hacia dónde me dirigía?" fue lo que pensó. Ya no importaba. No se veía una sola casa o edificio en cuadras a la redonda que hubiese quedado intacto. Caminando dificultosamente, trataba de entender qué es lo que había sucedido y por qué. No encontró respuesta. Una mujer histérica salió de entre las ruinas. El rostro desfigurado por el dolor, el cabello cenizo por tanto polvo, sus ropas desgarradas y chamuscadas. Sangrante, sostenía en brazos a su hijo. Su cabeza colgaba inerme a un costado de la madre. Sus pequeñas manos sobre el pecho. Sus ojos aun abiertos, ya sin brillo alguno. Otra mujer imploraba ayuda, con medio cuerpo aplastado bajo un bloque de piedra. No le quedaría mucho tiempo más. Por todas partes había muertos, fragmentos humanos, personas heridas, otros tantos que se empeñaban en ayudar a quien lo necesitara. Una anciana deambulaba con una lámpara en mano, la mirada perdida, trémula toda, su piel de una palidez mortecina, balbuceando frases que nadie entendía. Un par de jóvenes la auxiliaron, arropándola con una manta que hallaron quién sabe dónde, y la llevaron a un sitio seguro. Iñaki siguió caminando. Al pasar por la plaza principal se dio cuenta, no sin sorpresa, que el edificio del cabildo y el árbol de la comunidad habían resultado sin daño alguno. Lo tomó como una broma cruel. Seguía preguntándose por qué el ataque, si su ciudad carecía de importancia estratégica. No había depósitos de armas, ni cuarteles ni tropas de ningún bando. El ataque había sido un absurdo total. Más tarde se sabría que el bombardeo había sido un "experimento" de los alemanes y el general Franco para probar el poder de su aviación y su armamento (los primeros) y para amedrentar al bando republicano (el segundo).
Y siguió caminando. Sin darse cuenta, estaba casi en las afueras de la ciudad. Cuando miró a su alrededor, notó que se hallaba en lo que quedaba de la finca de los Erentxun. Sus vecinos. Entonces recordó. Quería dirigirse a casa. Corría a su casa. A donde su madre y sus hermanos. Y la angustia volvió. Miró ansioso en todas direcciones, esperando que su casa hubiese quedado en pie. En efecto, ahí seguía. En parte. Al entrar en ella, notó que todo estaba en desorden. El corazón le latía aceleradamente. Comenzó a remover escombros, temiendo lo peor. No encontró ni siquiera rastros de sangre. Buscó entre los cuartos, el patio trasero, incluso el sótano. La angustia se le transformó en llanto. De desesperación, de rabia por lo ocurrido, de impotencia. Postrado en tierra, el rostro cubierto con las manos. Una mano se posó sobre su hombro izquierdo. Levantó la vista. Lo peor no sucedió...

2 comentarios:

ixilik dijo...

Aun hoy seguimos errantes, sin cerrar la herida. No fue Gernika escogida al azahar. Por quedar quedan hasta la "c" impuesta en la lengua de los vascos , por los franquistas, ya que en esuskera la "c" nunca existió. Seria la casa de los Goikoerretxea ;)
Gracias por recordar, ese triste dia de mercado.
Eskerrik asko

Noé dijo...

Ixilik:
Me da gusto recibir tu comentario. Me imagino que eres de esa región, por lo que este acontecimiento debe estar muy presente en la memoria del pueblo. Fíjate, desconocía el detalle de la "c". No cabe duda que siempre se aprende algo novedoso por este medio. Azares o no, es algo que no debió ocurrir. La guerra siempre ha sido un absurdo, un juego de poderes entre locos en el que el pueblo lleva siempre la peor parte. No alcanzo a imaginar ni lo más ínfimo de lo acontecido ese día, ni en los 3 años qe tuvieron de guerra civil. Más que sentir una honda pena por quienes pagaron platos rotos sin deberla ni temerla. Y eso se repite hasta nuestros días.
Un enorme abrazo desde este rincón del norte de México. Gracias por visitar!!!