Más trágica que Juanito Farías y su caballito de palo, y más lacrimógena que un episodio denso de Remi. Así es Doña Chole. Y más inoportuna que un ataque diarreico en pleno fucking con el güey o güeya que más te late. Le gusta estar donde no la llaman y se instala donde, a sabiendas, no es bienvenida. Pero ¡qué va! Llega y se queda de todos modos, tan valemadrosa es. Y es tan canija que sume todo en su aura de melancolía. Aunque de vez en cuando es buena su compañía. Cuando anda en plan buena onda es reconfortante, hasta podría decirse que es una buena amiga. Puede decirte que las cosas van a estar mejor, y te ofrece un espejo para que veas no sólo tu exterior, sino también lo más recóndito de ti. Puedes, de la mano suya, ir por una experiencia catártica que te libre al fin de culpas, resentimientos, frustraciones y demás chambitas. Como decía, eso cuando está en plan buena onda. Porque cuando llega con toda la saña y mala leche del mundo ¡ay nanita! Tu mundo se cimbra, todo lo que valorabas ahora carece de sentido, los ojos y la mente se deshacen en emanaciones líquidas. O igual y no está en ella. Igual y todo depende de la forma en cómo la recibes. Y de la forma en cómo le dices adiós, a sabiendas de que puede regresar. O que tal vez no se vaya. Porque puede uno pensar que se ha ido del todo y rodearnos de gente, reír, bailar, comer, coger…y al final nos damos cuenta que ¡rayos!, aún la llevamos en el corazón .“¡Pinche codependencia!” podría uno pensar, ¿cómo despedirse cordialmente de Doña Chole? O por el contrario ¿cómo mandarla directamente a Shanghai Sumatra sin escalas y sin vuelo de retorno? En fin, yo qué puedo saber??
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