La tierra del faisán y del venado (a través de los ojos de un inglés).

A ver si son tan duchos y adivinan a qué lugar de la hermosa provincia mexicana (ya parece En Familia con Chabelo, jeje) se le da ese nombre. El título también corresponde a un libro escrito en 1922 por el literato yucateco Antonio Mediz Bolio, una extraordinaria obra poética en prosa en la que se da una visión estilizada, casi mítica, del ambiente maya: su cultura, la tierra, el pensamiento...Una obra que captura de inmediato la imaginacíón, aunque no es fácil de digerir. Creo que gran parte de mi fascinación por este libro proviene, aparte de la forma fantástica como el escritor desarrolla su obra, de las ilustraciones que se utilizaron para complementar esta edición. Se trata de la serie de litografías que realizó Frederick Catherwood, explorador, dibujante, arquitecto y fotógrafo inglés quien, a mediados del siglo XIX, recorrió la península de Yucatán en compañía del arqueólogo y escritor estadounidense John L. Stephens, siendo de los primeros extranjeros no sólo en conocer, sino también en difundir la existencia de las grandes ciudades mayas y sus monumentos.

La serie de ilustraciones hechas por este señor fueron producto de sus viajes por la península de Yucatán, Chiapas y Centroamérica entre 1839 y 1841. Su obra me gusta porque capta en primera instancia el estado primigenio de los sitios arqueológicos, muchísimo antes que se les considerara siquiera patrimonio histórico o atractivo turístico. Me gusta también como en cada una de sus ilustraciones capta a los peones y miembros de su expedición en diferentes tareas, y la reacción de éstos al ver las enormes piedras y edificios. Una litografía en particular es la que más me ha gustado, y es ésta:

De una manera casi romántica, si así se le quiere ver (como sacada de una novela de aventuras), Catherwood muestra el encuentro entre una pareja de cazadores con una colosal cabeza en un templo maya en las ruinas de la ciudad de Izamal. Es de noche (las obras de Catherwood siempre ilustraban actividades a la luz del día), los cazadores vienen siguiendo la pista de un jaguar, animal sagrado para los mayas. La luna llena se asoma por entre la vegetación. El templo, antiguamente centro de veneración por parte del pueblo, es ahora sólo un montón de piedras cubiertas con vegetación. Y sin embargo, la imagen de este dios, boquiabierto, sobresale...resalta, como la enorme huella de un pasado indígena que se resiste a desaparecer, ocupando el centro de la obra, situándose muy por encima del cazador y su ayudante mestizo, ambos símbolos de la sociedad contemporánea al autor. Me gustó también cómo el autor ilumina el área donde se ubica dicha cabeza, en tanto que el resto del cuadro está en penumbras. La luna y el jaguar... ambos símbolos importantes dentro de la cosmogonia de los mayas. La primera, porque sus fases constituían la base del calendario, el segundo, porque representaba el poder y la autoridad. Este dibujo es una de las pocas evidencias de que esta cabeza colosal existió, ya que años después se desplomó y en la actualidad no queda ni rastro.

Y como me gustaron mucho sus dibujos, comparto algunos con ustedes:

Palenque, Chiapas en el siglo XIX .

La pirámide de Kukulcán, en Chichén Itzá (sí, aquella por la que llega mucha gente en el equinoccio) .

El Castillo de Tulum.

Interior del Templo del Sol, Palenque.

La Casa del Gobernador, Uxmal.